martes, 19 de octubre de 2010

Historia de siglos pasados

La noche dejaba caer su oscuro y largo manto sobre el sol. El Fuerte comenzaba a sumirse en su acostumbrada calma que marcaba el final del día y del miedo a un posible ataque aborigen, al menos, hasta la mañana siguiente.

Sin embargo, José tomó sus dos pistolas, las guardo bajo su camisa y salio de su cabaña: María, su esposa, hacía más de dos horas había partido a la Capilla y aún no había regresado.

Se dirigió hacía la Capilla, esperando encontrarla en una de aquellas fastidiosas misas en Latín que jamás llegaría a comprender; pero las luces apagadas y el eco que le devolvía sus “¡María! ¡María!” le indicaron que ya nadie estaba allí. Al oír sus gritos, el Cura se asomó por la ventana de la cabaña lindera y le chilló que no molestara, que la misa había terminado hacía ya más de una hora y media. José palideció. Corriendo, cruzó todo el Fuerte hacía la única entrada que poseía el mismo y le preguntó a los Centinelas si habían visto a una mujer delgada, de pelo largo color marrón, salir hacía el territorio “virgen”. La respuesta fue negativa, lo que transformó a su preocupación en desesperación: ella estaba adentro y no sabía donde.

El fuerte se componía de veinte cabañas y la capilla, por lo cual, descartando a esta última y su vivienda, empezó a golpear puerta por puerta a los vecinos adormecidos, que le contestaron diecinueve veces un mal amanerado y gruñón “no sé”. La angustia empezaba a ahogarlo.

Sin más recursos, agotado y al borde del llanto, optó por rezar. Entró a la capilla, se arrodillo frente al altar y comenzó a recitar “Magnificat”, hasta que un lejano sonido lo detuvo. Guardo silencio y escuchó: Era una mujer quejándose. José comenzó a temblar: pensó en una suerte de milagro, oír a la Virgen lamentarse por la pena que lo aquejaba. El sonido volvió a repetirse. Tomo valor, se puso de pie y caminó hacía el altar, al parecer, de donde provenía el sonido. Al situarse detrás de este, vislumbro una línea de luz. Sorprendido, se agachó para tocarla, cuando tropezó con una manija: La luz era la hendija de una catacumba. Excitado ante la extraña situación, descendió. Escalón tras escalón, el quejido se oía más y más fuerte, hasta permitirle distinguir la voz de su mujer en él. Con el corazón latiendo a mil por segundo, se apuró a descender. La escena que encontró unos escalones antes de llegar al final de aquellas interminables escaleras lo descolocó: el cuerpo semidesnudo de María yacía agotado de espaldas a él, fundido sobre el cuerpo de uno de los esclavos del fuerte. Sin mas explicaciones que lo que sus ojos proyectaban, levantó su camisa y dos sonidos en seco acabaron con su desesperación, su búsqueda y sus rezos.

1 comentario:

  1. gracias por le coment!!!
    ya se te extrañaba por estos pagos!

    saludines! :)

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