martes, 3 de agosto de 2010

Algo


Era una tarde calurosa. El aire acondicionado, descompuesto desde hacía meses, sonaba con una extrema y desagradable insistencia y el aula se estaba volviendo una caldera infernal. El profesor, fiel a su rutina, transcribía un aburrido fragmento de “La continuidad de los parques” de Julio Cortázar. Los alumnos, apesadumbrados, miraban con impaciencia la lentitud de las agujas del reloj. Varios de ellos comenzaban a sentir el resbalón de sus lapiceras ante el mar de sudor que desprendían sus manos; mientras otros componían una sinfonía de “tics” con movimientos incesantes de piernas, de manos pasando hojas y bocas mordiendo lápices. Todo parecía normal, muy normal, salvo por algo. Luis lo había notado. Creyó que ese era su momento. Jamás había hecho algo similar, pero no aguantaba más. Dejo de escribir aquellas líneas interminables y echo su asiento hacia atrás. Tomo con la mano derecha su arma letal del suelo y, cuidadoso de que nadie lo notara, cerro su ojo izquierdo, midió y apuntó a su objetivo. El zapato dio de lleno sobre el aire acondicionado y su tortuosa melodía cesó instantáneamente. Era una tarde calurosa y el aula, que se estaba volviendo una caldera infernal.